In 2003, historian and the editor of the Diario Libre wrote this. I hope you understand Spanish.
Adriano Miguel Tejada
¿Porqué los dominicanos aplauden en los aviones?
Adriano Miguel Tejada
Todo el que ha volado en aerolíneas comerciales en este país, habrá pasado por la experiencia de oír cerrados aplausos cuando el avión aterriza.
Si varios dominicanos ocupan asientos en el avión, los aplausos serán entusiastas y, a veces, estruendosos. Depende de cómo haya sido la travesía.
Y no son sólo los dominicanos. Los latinos en general, -puertorriqueños, cubanos, panameños-, incluyendo a los españoles, aplauden cuando salen del trance del vuelo.
Mucha gente se pregunta a qué se debe esta actitud. Qué temores escondidos la mueven, que miedos enterrados, subconscientes, la motivan.
He consultado a sicólogos y a sociólogos sobre el fenómeno y presento a los amables lectores de esta columna, los resultados de esa indagación.
Un psicólogo amigo lo refiere como la expresión de miedos ocultos. Miedo causado por la inseguridad de encontrarse en una medio no seguro, el aire, donde las posibilidades de supervivencia en caso de accidente o cualquier problema son extremadamente reducidas.
Al mismo tiempo, el miedo a una tecnología que no acaba de ser aceptada en toda su seguridad. Es cierto que se utiliza cada día más, que la gente reconoce su importancia y utilidad como medio de comunicación rápido y eficiente, pero siempre queda en el subconsciente, en una esquinita escondida por allá, un temor a depender de una máquina y de personas que uno no conoce, de cuyas habilidades se podría inconscientemente desconfiar.
El miedo a la tecnología es una de las enfermedades de los tiempos modernos. La tecnología arranca empleos de las manos de los hombres, los aniquila en masa, desnuda su incompetencia, los obliga a aprender nuevas tareas a edades en que nadie quiere volver a empezar, ni volver a la escuela. En una palabra, el miedo a la tecnología tiene bastante sustancia. Todos lo sentimos en algún momento de la vida.
Por otra parte, hay algo de miedo a la aventura hacia lo desconocido que es cada viaje en avión. En gran medida, los humanos somos enemigos de las sorpresas, particularmente cuando nos vamos cargando de responsabilidades y de años (lo que venga primero).
Nos sobresaltan los temores de la obra inconclusa, del desamparo de la familia, del negocio levantado a base de muchísimos esfuerzos, de la vida, en una palabra, aunque digamos que no vale la pena vivirla en numerosas ocasiones.
Es decir, miedo consciente o inconsciente, o tal vez, subconsciente, pero miedo al fin no reconocido pero latente que nos da la sensación de inseguridad al permanecer encerrados en el avión por varias horas.
El encierro es otro factor. Mucha gente se siente incómoda al estar encerrada por horas y hasta por minutos, en un espacio reducido sin amarras a la tierra. No es solamente la claustrofobia ostensible, es la claustrofobia en el aire, doblemente pavorosa, la que nos ataca.
En ese sentido, otro amigo, poeta este otro, hablaba de la soledad del vuelo. Aunque se vaya acompañado, la odisea del viaje aéreo no es algo que se pueda compartir. Cada quien está solo contra los elementos y depende de sus habilidades exclusivamente.
Si esas habilidades prueban su eficiencia, en momentos de un percance, se ayuda a los demás, y la historia de los accidentes de aviación está llena de actos de heroísmo verdadero, de personas que han dado su vida para salvar la de otros, o menos trágico aún, que han salvado la suya y la ajena.
La soledad acompañada, -solitud la llaman los poetas-, inherente a toda aventura, es inescapable en el vuelo. Es cierto que cuando se viaja acompañado de personas queridas, -la novia, la esposa o los hijos-, ese sentimiento es menos perceptible porque la alegría compartida borra la preocupación, pero basta un movimiento brusco del aparato, la amenaza de una tormenta en el horizonte para que las emisiones cerebrales comiencen a activar las glándulas del cuerpo y uno se ponga incómodo.
El viaje en avión es una confirmación de la soledad de la sociedad de masas, en la cual todos estamos rodeados de personas y, sin embargo, estamos más solos que nunca.
En el avión generalmente viajan personas de parecida condición económica, de cercana preparación y hasta de lazos de amistad personal o profesional, pero cada quien va solo. Vamos hacia el mismo destino en el mismo barco, pero no se desarrollan los lazos de acercamiento que se producen en un carro público o en un autobús ordinario.
La diferencia es que, tal vez, en esos aparatos netamente terrestres no existe la indefensión de encontrarse en el aire, aunque un concho sea infinitamente más inseguro que un viaje en avión. A falta de la causa, no sentimos el miedo.
En otras latitudes, donde las personas están más acostumbradas a la innovación tecnológica y a aceptar su superioridad, esos miedos se sienten menos y la expresión de conducta que denota inseguridad no se manifiesta.
Si a lo señalado para los dominicanos agregamos la inseguridad ancestral que nos da nuestra insularidad, el sentido de indefensión del isleño abandonado a su suerte por imperios y amigos, se comprenderá entonces porqué los dominicanos aplaudimos al aterrizar nuestro avión.
No se avergüence por ello, compréndalo y suspire aliviado.
HB